David de Ugarte se define a sí mismo como economista, tecnólogo y emprendedor comprometido con los nuevos modelos de democracia económica. Es autor del libro El poder de las redes, "un pequeño manual de ciberactivismo escrito a partir de las conversaciones generadas en su blog, su práctica personal y la experiencia del movimiento ciberpunk español."
En el texto, de Ugarte plantea las tres formas que tomó la comunicación a lo largo de los años:
Como bien comenta Lucía Marcoli, autora del blog Algo diferente, cada nodo debe ser tomado como un individuo, por lo que las topologías representan el intercambio de información entre personas y no entre computadoras.
La red distribuida, en la que nos encontramos hoy en día, fue definida por Alexander Bard y Jan Söderqvist a través del concepto de que “todo actor individual decide sobre sí mismo, pero carece de la capacidad y de la oportunidad para decidir sobre cualquiera de los demás actores”, una idea que es fácil de entender gracias al nivel de penetración que los medios sociales lograron a través de Internet. En El poder de las redes, David relaciona estos dos puntos y encuentra su enlace en las ciberturbas, “la culminación en movilización en la calle de un número relevante de personas de un proceso de discusión social llevado a cabo por medios electrónicos de comunicación y publicación personales en el que se rompe la división entre ciberactivistas y movilizados”. Claribel, autora de Como si fuera papel y Denise Diment, autora de La Banda de Moebius, nombran como ejemplos clave de estos movimientos al apagón mundial realizado el 27 de marzo y a la marcha a favor de la Ley de medios audiovisuales del 15 de abril, respectivamente.
Como bien remarca Paula Capotorto en el post ¿Una nueva distribución del poder?, David de Ugarte insiste en que el cambio en la estructura de la comunicación que facilitará la Web abrirá la puerta a una nueva distribución del poder en donde nadie depende de nadie para poder alcanzar a otro con su mensaje. Pero como también dice Martin Hartkopf en No hay sinapsis, China logró instalar su propio Gran Hermano a través del cual regula la información que entra y sale del país por la mayor red descentralizada del mundo, Internet.
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